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martes, 10 de marzo de 2015

Aspectos geopolíticos: el problema demográfico nacional

(Artículo en Economía mundial, julio 1944, p. 515-516)

Por Gregorio Fernández Díez (Quintanamanvirgo (Burgos), 1891-Barcelona, 1954)

En algunas naciones de Europa el problema demográfico nacional guarda íntima relación con el de los espacios vitales. En otros, como en Francia, teniendo territorio suficiente y fuentes de riqueza que aprovechar, el problema está en el crecimiento de la población se mantiene estacionario y en que los campos se despueblan en grado alarmante volcando la gentes sobre las grandes ciudades o concentraciones industriales.

Pero en España el problema no es solo idéntico, sino que adquiere mayor gravedad que en Francia, porque la densidad de población es allí 76'1 habitantes por kilómetro cuadrado y en España de 46'84 para un territorio escasamente inferior en extensión y porque la distribución geográfica del factor humano, es más armónica que en nuestro país, en el que su desigual distribución presenta diferencias extremas, entre unas y otras provincias y regiones, justificadas en ciertos casos, pero no siempre, por motivos geofísicos.

España, se dice, es después de Suiza el país más montañoso y elevado de Europa, y Suiza sin embargo tiene una densidad de 100 kilómetros por kilómetro cuadrado; se dice que España es muy árida y seca, pero más lo es Grecia cuya densidad es de 49'8 habitantes por kilómetro cuadrado; es que pese al desarrollo de su litoral, se ha dicho, predominan en ella las inferiores excesivamente distantes del mar, pero Hungría y Polonia (no hablemos ya de Bohemia) con sis 94'4 y 84'1 habitantes por kilómetro cuadrado, siendo como son naciones interiores desmienten ese tópico. Esos casos son dignos de investigación y estudio por parte de quienes deben encauzar nuestra pobre y triste situación demográfica.

La escasez de nuestra población es algo que abruma. Desde luego aseveramos con el ilustre fallecido geógrafo don Emilio A. del Villar, que el medio climático influye menos de lo que el vulgo cree en la fijación de las aglomeraciones humanas. Así en Ottava hace más frío que en Burgos, y en Río de Janeiro más calor que en Sevilla.

Ahora bien, las comunicaciones y las producciones del suelo y subsuelo es evidente que influyen en la habitabilidad de la comarca.

Nuestra menor densidad humana es patente en relación a países cuyo factor geográfico es inferior y defectuoso con respecto al nuestro. En el caso de Polonia y Francia hay que convenir en que nos aventajan por la riqueza y explotación de su subsuelo y por la posición geográfica, bien entendido que la nuestra es mucho menos favorable de lo que con sobrada ligereza se ha cantado. Pero de esto otro día hablaremos.

Las expresadas circunstancias justificarán siempre nuestra menor densidad de habitantes en relación con las naciones de tipo industrial, pero nunca explicará el notorio atraso en el desarrollo de nuestro factor humano, arrastre, acaso, de la época del descubrimiento, conquista y colonización de América y consecuencia también de nuestra movida historia.
Por tales arrastres, la población de España no puede cifrarse a la hora de ahora en más de 26 millones de habitantes. El hecho demográfico hay que contrastarle con el espacio vital de España está no solo en la extensión del territorio, sino en las riquezas naturales del mismo, desde los terrazgos a los bosques, desde los saltos de agua a los yacimientos mineros del subsuelo inexplotados.

Aunque el éxodo del campo no es un problema peculiar de España, fuera conveniente atajarle. En el decenio de 1920 a 1930 le cifraba nuestro Instituto Geográfico y Estadístico en 85.000 personas anuales que se dirigían a las ciudades.

La población (otro hecho demográfico a meditar, según el doctor Vicens Vives) se encuentra en la periferia de la Península. Y ello ha de tener su adecuado reflejo en la balanza geopolítica del Estado español.

¿Puede contenerse este fenómeno? ¿Fuera conveniente contrarrestarle? Nosotros afirmamos categóricamente que geopolíticamente y desde un punto de vista económico, el fenómeno, el hecho de referencia, puede ser contenido en parte y en parte contrarrestado. Más aún, a la hora en que la consigna de nuestra reconstrucción económica y totalitaria es un imperativo categórico, la resolución de tal problema es el fundamento indeclinable de una verdadera y eficiente reconstrucción nacional.

Para hablar con claridad, digamos sintéticamente que hay que revalorizar en España las provincias interiores y singularmente las provincias pobres, problema justo y extremos absolutamente factibles, aunque justo es confesar que la planificación industrial y minera del Instituto Nacional de Industrias viene a confirmar con hechos la posibilidad de nuestra aseveración y tesis.

Para ayudar a la mayor composición de lugar del lector, digamos que en Francia, de 39 ciudades de más de 50 a 100.000 habitantes, 31 son interiores y 6 son litorales; de las 16 ciudades superiores a 100.000 habitantes sin llegar al millón, 10 son interiores más París, y 6 son litorales. En cambio en España los términos se invierten: de 16 poblaciones de 50 a 100.000 habitantes, 11 son litorales y 5 interiores; de 11 poblaciones superiores a 100.000 habitantes, 6 son litorales y 5 interiores. En Alemania sólo 5 poblaciones litorales son superiores a 100.000 habitantes, pero en cambio 40 son interiores. Podríamos hablar de Polonia o de Rusia, pero no hay necesidad.

Lo que sí preciso consignar, es que 25 de las 28 provincias interiores de nuestro país no solo no logran la población media nacional de 46'84 habitantes por kilómetro cuadrado, sino que Ciudad Real tiene una densidad de 24'90; León, de 28'74; Lérida, de 25'55; Palencia, de 25'25; Toledo, de 31'89; Valladolid, de 36'41 y Zaragoza, de 30'75. Pero aun hay más; 7 provincias con 104.490 kilómetros cuadrados tienen una densidad humana que queda por bajo de la mitad de la media. Veámoslo: Albacete, 22'38; Cáceres, 22'52; Cuenca, 18'16; Guadalajara, 16'73; Huesca, 16'04; Teruel, 17'00; Soria, 15'14. Estos datos entristecen.

Hay cinco o seis capitales de provincia, de un tipo por su némero de habitantes, que solo encontraríamos en Albania o Portugal o por su latitud en Suecia o Noruega. Este tipo de capitalejas no existe ni en Siberia. ¿Puede enmendarse tan desconsoladora realidad? Afirmamos rotundamente que sí.

En un auténtico régimen de solidaridad económica nacional corregir tales hechos que no son fatales y alterar el valor demográfico y en suma geopolítico de ciertas comarcas ha de ser, sin disputa, uno de los primordiales problemas básicos del país. Y si todo el país tiene derecho al auge y a la prosperidad, convengamos en que el Estado, por razón de tutela nacional, tendría que apoyar más generosamente a las provincias pobres de España que, en rápidas viñetas o estampas, van a desfilar por estas columnas. Será entonces cuando estudiaremos, una por otra, sus posibilidades y sus riquezas naturales inaprovechadas, sus defectos geofísicos, los medios de acrecer su población, de establecer sobre ellas oasis industriales... porque la verdad escueta es que muchas de las provincias pobres de España no lo son por agotadas: acertaríamos mejor diciendo que están vírgenes.

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